Era un tipo, digamos, singular;
trataba a su automóvil,
un viejo utilitario de segunda
mano y unos 600 000 kilómetros,
como a un primer amor, y a su mujer,
más bella que la Venus de Sandro
Botticelli,
como a un Ferrari de coleccionista.
Quiero decir que era un cabrón y, sin
embargo,
caía a todo el mundo,
excepto a su mujer, de puta madre.
Era un afecto extraño; me refiero
a que cuando se supo
que la noche anterior se había
estrellado,
ebrio, contra una encina en una curva
de la N-435,
a excepción de la viuda,
nadie encargó coronas
de flores –“Tus amigos no te
olvidan”–
ni derramó una lágrima
durante las exequias
en las que, por su expresa voluntad,
fue incinerado y luego
sus cenizas echadas
al viento en el circuito
de fórmula 1 en Jerez de la Frontera.
Esto me recuerda a la conferencia que ha dado nuestro ex presidente Chaves en la Universidad Olavide. ¡Vacia de público¡. Sin el poder y su corte de pelotas no atrae a nadie
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