lunes, 4 de febrero de 2013

Alumbramiento


Bajo la luz menguante de un rescoldo, un ángel se diluye, enterrado en estiércol. Estamos en agosto y hace frío –nunca antes sucedió por estos pagos–, las flores languidecen quemadas por la escarcha, y el sol es una mancha enfermiza y borrosa hundiéndose en la ciénaga. El ángel gime inerme chapoteando en sus heces, siente el peso de su transmudación en pulpa y sexo, y se muerde las alas, en tanto el brío corrosivo de las horas desmenuza sus huesos. De súbito, la noche, se tiende como un muerto sobre el filo opaco y terminal del horizonte. Nadie escucha el lamento del ángel: dios ha muerto, y el nuevo ser nacido del despojo de una ilusión celeste, es lo único que, efímero y sin sentido, existe.

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