Yace una flor desnuda a la intemperie, ungida del lamento castrado de un cadáver -espectro que la acosa en su impotencia harapienta y sin cuerpo. El pétalo del no -su único pétalo- cubre su sexo y dicta la sentencia caudal de la obsesión y el desespero. Arrecia la cellisca. Inapelable. Ciega. En silencio.
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