Cuando, en un Estado dado, el orden emana, de un modo natural y sin
asperezas, de la justicia social, podemos, sin faltar a la verdad,
hablar de democracia. Pero cuando el orden es impuesto de manera más o
menos abrupta, con el fin de, santificando la falta de equidad,
satisfacer los intereses particulares de determinadas élites, sea cual
fuere su carácter, ya estamos hablando de otra cosa que, ya en sentido
algo más amplio, ya de un modo literal, responde al nombre de
totalitarismo.
Desmantelados los medios de comunicación alternativos y controlados los medios oficiales, desprestigiados los sindicatos y aburridos los intelectuales por la corrupción y catetez de la clase política, la Corte de Madrid campa a sus anchas, a la manera del absolutista Fernando VII
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