Siempre, hasta donde me alcanza la memoria, en parte por firme
convicción, en parte como consecuencia de ciertas reacciones alérgicas tan
severas como poco estudiadas e impropias de mi raza, he sido vegetariana. Como
un mosquito macho. He de aclarar que estos hábitos alimentarios, en un vástago inmortal
de la denostada estirpe de Lilith y Caín, resultan, cuando menos, poco
saludables; aunque, qué duda cabe de que en mi caso particular, no tan potencialmente
peligrosos y contraproducentes como sucumbir a la tentación de la sangre y la
carne.
Esta extraña patología, no obstante, es algo que, durante
siglos y más siglos –eso sí, siempre en los huesos-, he sabido sobrellevar con
resignación y la entereza de espíritu propia de las almas oscuras que habitamos
los sempiternos y sublimes territorios por los que se extiende ilimitado el
Reino de las Sombras. Hasta aquella noche en que, ebria de metanol, no sé si
por acierto o por error, probé tu sangre. Desde entonces no puedo conciliar el
sueño y los días se me antojan eternos en el lóbrego interior de este ataúd que
ya, lejos de lo que antaño fue un suave lecho de acogedora tierra natal, no es
más que un violento y angosto confinamiento con sabor a destierro bajo el
inclemente sol de todos los desiertos. Destierro de ti, destierro de tu sangre.
Luego, cuando como esta noche me libero con la noche de la
insólita cárcel que enclaustra mis insanos apetitos, me alzo hambrienta al aire
y recorro en vuelo bajo el firmamento buscándote. Como un mosquito, macho. Y,
cuando al fin te encuentro y alcanzo como ahora a oler bajo tu piel latiendo el
anhelado maná nutricio de tu sangre, como una mosquitera inexpugnable, igual
que un crucifijo bendecido por las tóxicas y turbias aguas milenarias de
liturgias irracionales y falaces, me detiene el miedo a perecer una vez más en
esa delgada línea en la que se confunden el éxtasis y el shock anafiláctico.
Ya se comienza a teñir de rojo el horizonte; debo regresar
con premura al insomnio y lo oscuro. Dentro de unas horas, tras el ocaso, me he
prometido asaltar por segunda vez en mi ya tan larga y cansada inmortalidad una
droguería, antes de volver a arrastrarme de nuevo volando por las tinieblas en
pos de tu sangre.
Muy en la línea de E.A. Poe. Pero un poco irrespetuoso con los crucifijos.
ResponderEliminarAbate Carlos de Triana