¡Qué orgullo de hijo¡ Tras navegar incansablemente por INTERNET ha conseguido un programa para desmontar y arreglar manualmente el teclado de la vieja Impresora. Y eso que el Servicio Técnico Oficial la daba por muerta y me aconsejaba comprar otra –me saldría más barato decían- aunque sería mucho menos duradera.
Acto seguido me vino a la memoria un lejano recuerdo. En mi infancia era habitual reciclar casi todas las cosas.
Diariamente venían hasta mi ventana los pregones callejeros de los compradores de trapos, muebles, hierros y papeles viejos.
Sin salir del barrio había profesionales que reparaban desde los gastados y viejos zapatos –zapateros remendones– hasta los paraguas y relojes, pasando por las prendas de vestir, que se acortaban o alargaban para durar varias generaciones. Un latero arreglaba los cacharros de cocina; un afilador mantenía la cubertería con que se casaron mis abuelos en plena forma física; un carpintero tapicero daba siete vidas a los muebles como si fueran gatos. Había, incluso, una clínica que operaba juguetes y muñecas para que resucitaran milagrosamente a una nueva existencia.
© Carlos Parejo Delgado
Fotografía: Cesar J. Sánchez.
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