Pasa un cortejo fúnebre
junto a la sepultura que me enclaustra,
y suplico al cadáver desalmado
del dios que asesiné en defensa propia
que no sea más que un sueño.
Pero no, no es un sueño; ahí están todos
cargando el ataúd de sal y herrumbre
donde se ahoga el cántico,
llorando el prematuro advenimiento
del légamo sin hálito
de la desesperanza.
De súbito, un tañido de campanas
me arrastra a las orillas del insomnio.
Están doblando a muerto.
Fotografía: Marcelo Aurelio.
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