Marta y Alfonsito no querían ir a casa de los abuelos, pero no les quedó más remedio. Sus padres trabajaban todo el día y habían llegado sus vacaciones escolares. Y se preguntaban: ¿Cuántos kilos nos aburriremos?
Éstos los recibieron desbordantes de alborozo a pesar de sus miradas de desconfianza y de que, más que ser besados, dejaron entrechocar sus mandíbulas con desgana. Los pasaron al salón de estar. Lo habían reformado para que fuera su habitación de juegos.
Y allí quedaron mudos de asombro ante un paraíso desconocido: En una estera de junco yacían extendidas antiguas colecciones de figuras grabadas en los cartones de cajas de cerillas, sellos, calcomanías y cromos. Y decenas de tebeos estaban apilados en sus extremos. Como formando las torres de una empalizada. Sobre una alargada mesa había objetos a cual más curioso: un caleidoscopio, dos caracolas marinas, cuatro silbatos, seis campanillas y doce cajas de música. Y el sofá tenía inquilinos no menos sorprendentes: muñecos de trapo y muñecas de porcelana. Así como cada uno de los rincones, donde los esperaba un balancín en forma de caballo de madera y una mecedora.
© Carlos Parejo Delgado
No hay comentarios:
Publicar un comentario