Habían militado, hasta donde todos y cada uno de sus aficionados, jugadores y directivos alcanzaban a recordar, en segunda división; siempre al borde del descenso. Nunca habían tenido la mínima oportunidad de alcanzar un título. Pero, en esta ocasión, se les presentó la oportunidad de disputar la final de copa. “Para qué jugar -se preguntaron muchos-; ni soñar podríamos con derrotar a esta maquinaria de hacer fútbol, a este equipo que, además de maestro en todo tipo de marrullerías, en el juego sucio, tiene ya larga experiencia en jugar y ganar finales”. Pero jugaron. Y, como era de esperar debido a su inexperiencia, les colaron un gol. Y hubo pitos, pañuelos al aire, gritos de “fuera, fuera”, desesperanza. Todo, todo estaba perdido. La afición, ciega por la frustración y el llanto, comenzó a arrojar todo tipo de objetos contra sus jugadores; incluso hubo aficionados que, humillados, se lanzaron al vacío desde lo más alto del graderío. Era el primer minuto de partido.
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