Cuando la noche muda se tiñe de
amarillo, el que murió cantando en su sepulcro devora una fragancia
a lilas secas, empapadas en lágrimas celestes. De sus dedos
crispados pende un epitafio. Los cuervos picotean su lengua y sus
pupilas. Si le quedasen fuerzas. Pero no; ya nada pide, no suplica,
tan sólo espera.
hipogeico relato a lo Edgar Allan Poe
ResponderEliminarMalditos cuervos!
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