Se alzó mi mano trémula en el aire, lo mismo que las alas de un autómata, dando la bienvenida a la tormenta. Mi mano-sed se alzó buscando el rayo, el óxido febril de su descarga, su enérgico bramido desgarrando, misericordia eterna, la arritmia desbocada de la sangre exánime vertida en el poema. Una nube-pañuelo derramaba flores carnívoras de sal y azufre, sobre mi mano-azogue en el abismo, sobre mis dedos-salmo-sermón en el desierto, sobre la pus de mi hálito-mordaza, negándome el encuentro con la llave eléctrica del cofre del sosiego. Pasó mudo y oscuro el aguacero -agua-filos de acero, esquirlas ácidas-: mi mano-laberinto, alzada al aire, era un árbol sin ramas.
Me apena. Sí.
ResponderEliminar...y era un árbol sin ramas!
Ay, Rafa.
mano-sed, mano-laberinto...mano extendida, no para mendigar, si no para darse.
ResponderEliminar¡Que belleza!