sábado, 31 de diciembre de 2011

Tribulaciones de una crisálida (XXVIII)


Inerme ante el patíbulo, silencio en el silencio, se declara culpable. No alcanza a comprender cual fue su crimen, pero intuye no es tiempo de clemencia, ni de arduas revisiones de condena. Su fe es un laberinto en el vacío: sediento de liturgias, se envenena lamiendo la salmuera que destilan altares en ruina a los que el viento voló, pagano y lóbrego, las alas. Las piernas le flaquean, pero canta aquel antiguo blues de cementerio que anega cada noche su sepulcro. Suplica a su verdugo con vehemencia, que no vende sus ojos, para ver apagarse, con su aliento, la luz inmemorial de lo celeste. Qué terca la esperanza del que, ciego, penumbra en la penumbra, humo en la noche, jamás podrá gozar su última aurora. El hacha del desdén tala sus párpados. Letal se hace la noche.

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