Jacinta, al cumplir los seis años, cómo los padres trabajaban todo el día, gozaba de una casi entera libertad de acción, acompañada de una asistenta sudamericana. Y adquirió sus dos primeras adicciones tecnológicas: El consumo de todo tipo de programas televisivos y, cuando el monitor se le apagaba, el entretenimiento con las maquinitas videojuegos. En la adolescencia empezó a salir con amigos y llegó la tercera adicción: El IPOD audiovisual, con el que hasta dormía. Y la cuarta, la sucesión de chupitos de alcohol para alegrarse con la pandilla los fines de semana. Se hizo universitaria y tuvo su quinta adicción, la del ordenador personal. Y el tiempo libre se le volaba entre las redes sociales y los vídeos de YOUTUBE. Sus padres estaban alarmados. Era incapaz de pasear por el campo sin aburrirse, de leer un libro y ni siquiera un periódico.
Pero Jacinta triunfó en el mundo de los negocios inmobiliarios y, además, se casó con un millonario promotor urbanizador. Y le vinieron una sexta, séptima y octava adicción en su edad madura: Las dos sesiones diarias de spinning en el gimnasio, la visita compulsiva a las tiendas de moda cuando se sentía triste y el devorar los alimentos gourmets más exquisitos cuando se encontraba sensual. Todo cambió al cumplir los sesenta, enviudó y sufrió un infarto que la dejó inválida. Sola y sin hijos volvió a tener una cuidadora sudamericana a tiempo completo. Y se fue al otro mundo con dos nuevas adicciones: el consumo masivo de medicinas y la contemplación de media docena de programas concursos televisivos que, entonces, eran lo único que le alegraba el día.
Pero Jacinta triunfó en el mundo de los negocios inmobiliarios y, además, se casó con un millonario promotor urbanizador. Y le vinieron una sexta, séptima y octava adicción en su edad madura: Las dos sesiones diarias de spinning en el gimnasio, la visita compulsiva a las tiendas de moda cuando se sentía triste y el devorar los alimentos gourmets más exquisitos cuando se encontraba sensual. Todo cambió al cumplir los sesenta, enviudó y sufrió un infarto que la dejó inválida. Sola y sin hijos volvió a tener una cuidadora sudamericana a tiempo completo. Y se fue al otro mundo con dos nuevas adicciones: el consumo masivo de medicinas y la contemplación de media docena de programas concursos televisivos que, entonces, eran lo único que le alegraba el día.
© Carlos Parejo Delgado
Excelente Relato. Iba a decir “Pobre Jacinta” cuando llegué al final, pero no. También iba a decir otras cosas, pero no. (Dirán que soy descocada, fría, calculadora jaja) Ay Dios, semejante escrito y yo titubeando. Creo que hay elecciones de vida y cuando éstas se cumplen el ser humano es feliz a su manera.
ResponderEliminarBueno, iba a decir que te quiero y te mando un beso Rafita…¡Y lo digo!
Me gusta el nombre de Jacinta.
Ah, me faltó decir que me encanta esa imagen.
ResponderEliminarLa fotografia es preciosa, parece de cine clásico negro
ResponderEliminar