A María Fernández Lago
AQUEJADA de escualidez terminal, por aquello de la explotación esquilmadora capitalista, y sin manjar alguno que llevarse a la boca -ni siquiera unos labios amantes, que no nutren, pero endulzan-, de una voraz dentellada, le arrancó la hache a su ambre. Aquella, como era muda, no emitió sonido quejumbroso alguno en su agonía. ¡Qué insípida! -se dijo-, tendré que buscar algo un poco más sabroso. Y se comió por la hache a un ombre. La acusaron de canibalismo. En su defensa alegó, mientras engullía con fruición la hache intercalada, no recordar haber estado nunca aíta. La declararon culpable y condenaron a morir decapitada al alba. No contaron con que aún le restaba apetito suficiente para inutilizar por completo a mordiscos aquel acha.
qué Hagudico eres...! (Me a hencantado).
ResponderEliminarmás besos