jueves, 28 de abril de 2011

El espejo de la melancolía (XVIII)


de la nieve incrustándose en la sangre
entrando a alfilerazos en el alma el corazón el sexo en todo
se engendra junto a un pujo asexuado un fuego hereje
con las ascuas contadas

murciélagos errantes picotean
la luz amortajada en la evidencia del azogue
hasta cerrar los párpados sin globos oculares
del último estertor del horizonte

estallan los cimientos de la música
y se alzan de sus ruinas moribundos
gemidos de animales desterrados
del templo sin altares de su última guarida

arde el lamento loco y sus rescoldos inauditos se transmudan
en mucho más que un trueno un vendaval un torbellino en
[alarido
ahogando con su estrépito la voz de la tormenta y las arañas
que tejen su escalera hacia el abismo de los astros
con lágrimas podridas de arcángeles caídos

efímero el poema testifica casi mudo
la gran ficción que nunca fue mentira
y todo queda luego en polvo seco helado triste
de sed petrificado pero polvo
con una exigua llama aunque indeleble
por siempre coagulada sobre el mármol
sin mácula que acoge su epitafio

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