Piedras de otoño
El frío del invierno
se cierne adelantado sobre el ocre
de las hojas taladas por el viento,
tiznándolas de nieve y desencanto
bajo un fangal de plomo y sordo estruendo.
El bosque esta desnudo y del subsuelo
emergen esqueletos ateridos
igual que almas en pena que nadie reconoce.
Aúlla un lobo herido en el silencio
buscando entre los árboles de piedra
unas briznas de música celeste
que sirvan de cimiento a sus vestigios.
Su mundo se desploma, se hace añicos;
apenas resta ya el calor del llanto
caldeando las estancias que lo enclaustran,
prestándole una prórroga a su aliento.
Vencido de cansancio,
sin guarida,
al tul de la intemperie se abandona:
arden sus ilusiones en la hoguera
sin llama de un ensueño
que apaga en su relente la vigilia.
Muy bueno, me gustó muchísimo.
ResponderEliminarSaludos.
Y ahí estamos, vencidos de cansancio, sin guarida, a la intemperie...nos queda la palabra, la poesía, que nos prestan prórroga al aliento.
ResponderEliminarUn abrazo admirado
Siempre nos quedará la primavera... ;-)
ResponderEliminarPrecioso, poeta.
Besos
Exquisito artefacto verbal. Artefacto con entretelas de piel. Humano pensamiento.
ResponderEliminarHola, guapo. Viene a saludarte. A dejarte mi cariñito en este pequeño comentario.
ResponderEliminarUn besote,
Andri
Tú sabes que el aullido del lobo tiene capacidad de convertir las piedras en roji-hermosas hojas...
ResponderEliminarBesos