LUISITO creció, y sus juguetes, sintiéndose abandonados, y embargados por una melancólica tristeza, cayeron en el pozo sin escala de una profunda y ensimismada depresión. Pero lo peor estaba por llegarles: aquel desvencijado arcón en el que acabaron confinados al fondo del desván lúgubre y polvoriento de la casa de campo que, salvo en contadas y muy exiguas ocasiones, permanecía deshabitada, espectral y silente año tras año. Los juguetes de Luisito, tratando de encontrar cauterio a la pegajosa desazón que les causaba aquella reclusión de la que no alcanzaban a descifrar los motivos, terminaron por constituirse en secta religiosa y, tan sólo unos instantes después de iniciarse su primer acto litúrgico, se inmolaron perpetrando un tan liberador como sanguinario suicidio colectivo. El único que no participó, incomunicado, ajeno a todo, fue aquel caballo de Troya al que Luisito había decapitado hacía ya muchas lunas en el transcurso de una lluviosa tarde de abril.
Que bonito texo Rafa,que cuento tan bonito y que aplicable a tantos arcones olvidados de juguetes que todos tenemos en casa.
ResponderEliminarEl arcón..los juguetes...trocitos de nuestra niñez que ya ha pasado y que revivimos en los juguetes que compramos a nuestros hijos y que viendo como crecen ..guardamos con cariño, como hiciron nuestros padres con los nuestros....
He ido leyendo hacia atrás..esto de estar sin internet en la casa refugio retrasa mi lectura..y ahora ya esta aquí la tormenta casi biblica.besos !!!