A Cris Gª. Barreto
(Algo así me contaba como anécdota mi padre)
ALLÁ por los años 30 del pasado siglo, en un próspero pueblo de la cuenca minera de la provincia de Huelva, hoy hace ya tiempo venido a menos, dicen que vivió un maestro republicano y comunista que asombraba por su gran sabiduría y profundo humanismo. Siempre tenía respuesta, y siempre era la correcta, a cualquier pregunta de sus alumnos o a las de los muchos amigos que, con el tiempo y un trato siempre cordial y correcto, había ido atesorando en sus tardes de taberna. Hay que decir también, que era un hombre muy hablador, gran aficionado al dominó y un poco borrachín.
Un buen día, a una pregunta de Manolito "el Beato"-hijo de Rosa la “Caoba” y sobrino del cura del lugar, aunque nadie nunca supo nada en él acerca de su supuesto padre-, Don Antonio, que así se llamaba nuestro maestro, respondió con un rotundo "no lo sé".
Un murmullo creciente comenzó a correr entonces de pupitre en pupitre como la pólvora, haciendo temblar los cristales de la escuela al igual que lo hubiese hecho un terremoto con su epicentro en el corazón de aquellos niños cándidos y ávidos de sabiduría gracias al buen hacer de Don Antonio; era como si, de súbito, todos hubiesen conocido de la inexistencia de Dios y, con ello, de la inminencia del fin del Mundo.
Don Antonio, tras unos interminables segundos en silencio, con una calma digna del más estoico de los eremitas, les dijo a sus alumnos:
-Hijos míos, aquello que me pagan, que por cierto es bien poco, es por lo que sé. Si hubiesen de pagarme por lo que no sé, por lo que nunca sabré –que es el estímulo que me impulsa a no dejar de tratar de aprender algo nuevo en todo momento-, no habría oro suficiente en el mundo para hacerlo.
Un buen día, a una pregunta de Manolito "el Beato"-hijo de Rosa la “Caoba” y sobrino del cura del lugar, aunque nadie nunca supo nada en él acerca de su supuesto padre-, Don Antonio, que así se llamaba nuestro maestro, respondió con un rotundo "no lo sé".
Un murmullo creciente comenzó a correr entonces de pupitre en pupitre como la pólvora, haciendo temblar los cristales de la escuela al igual que lo hubiese hecho un terremoto con su epicentro en el corazón de aquellos niños cándidos y ávidos de sabiduría gracias al buen hacer de Don Antonio; era como si, de súbito, todos hubiesen conocido de la inexistencia de Dios y, con ello, de la inminencia del fin del Mundo.
Don Antonio, tras unos interminables segundos en silencio, con una calma digna del más estoico de los eremitas, les dijo a sus alumnos:
-Hijos míos, aquello que me pagan, que por cierto es bien poco, es por lo que sé. Si hubiesen de pagarme por lo que no sé, por lo que nunca sabré –que es el estímulo que me impulsa a no dejar de tratar de aprender algo nuevo en todo momento-, no habría oro suficiente en el mundo para hacerlo.
Buena anecdota, dice mucho de una gente que fueron heroes de otro tiempo; maestros, MAESTROS, Enseñaban lo que podian y pasaban hambre, sin tanta pedagogia ni puñetas y enseñaban y mucho...un fuerte abarzo.
ResponderEliminarAun me acuerdo de esos primeros maestros mios, Don pedro y sus histoiras, Don Jaime y su vara Santa barnbara y la fila de los verbos y sus conjugaciones...un abarzo.
ResponderEliminarD. Antonio.
ResponderEliminarSócrates
para servirle
a usted en lo que pueda.
No para ser su siervo
pues siempre habrá
quien apunte al que porta
un libro.Maldito Ciervo.
Un abrazo, León.
Siento la desatención.
Estimado Rafael:
ResponderEliminarMe encanta este relato. Sobre todo, la sinceridad de un maestro ante todo un alumnado que jamás le había dejado mudo en respuestas.
Y celebro haber dudado antes de contestar a tu comentario porque como decía Aristóteles:
"Es de importancia para quien desee alcanzar una certeza en su investigación, el saber dudar a tiempo"
Gracias por disipar mis dudas y dedicarme este relato.
Recibe toda mi admiración.
Cris.
Una aprende a decir: no lo sé ...pero lo buscaré.
ResponderEliminarMuy buena anécdota.
Magnífico...toda una lección de humildad y compromiso con la tarea de endeñar y aprender.Un beso
ResponderEliminarA su pregunta
ResponderEliminarrespondí sin oscilar.
E igualmente, sin oscilar,
me mantuve firme, quieto, inmóvil,
vacilando si debía dudar,
dudando si mejor vacilar.
Y, así, entre duda y vacile
ni oscilo ni acierto
ni doy puntada con tiento.
Demasiado curiosa que es una... tanto que me pierde.
Buena tarde-noche: PAQUITA