EL ALBA se alza huraña sin el canto que, alado, se alojaba en el magnolio, ni flores germinando en el parterre. Los cristales, velados por la espera, desnudos sudan sangre coagulada, a punto de quebrarse en su hemorragia. Una lila, de plástico celeste, acecha, inquisidora y homicida, ausente entre las sombras, las ruinas nauseabundas de la noche, en tanto que los astros y el rocío, atónitos, se extinguen como alma de luciérnaga.
Sobre un lecho de arena desplomada, el pútrido salitre de las horas, desgarra las entrañas de la lluvia y extirpa sin piedad su útero estéril. ¿A qué nido emigró la nube herida que alzara un nuevo vuelo socorrida por un candor sediento?, ¿acaso no recuerda aquellas alas pintando de granate sus aleros?, ¿la entrega altruista y fiel de la crisálida, sanándola del vértigo y las náuseas?
Los ojos de la flor se han vuelto abismos, apenas una luz frugal sin labios, poniente amarillento en que agoniza la herencia más anónima del viento. La lila engulle, muda y sin clemencia, el salmo excomulgado que la nombra; y un gnomo que llegó desde confines poblados de hipopótamos azules, se asfixia entre las fauces del silencio. Tan sólo acompañando su agonía, fundiéndose un muñeco hecho de nieve, y el oro devaluado de una torre nacida en el fracaso de un invierno que no alcanzó a mudarse en primavera.
Cuando una retirada urdida a tiempo, no vale como tablas o victoria, el éxodo no es más que un eufemismo que nombra sin nombrar el duro exilio de un animal sin eco en la derrota. Rompió el capullo, en flor, la nube alada, mudándose en desierto e hilo roto, en tanto que el gusano, desahuciado, quedó en los laberintos del destierro; apátrida añorando el territorio que nunca lo acogió: la patria roja.
Sobre un lecho de arena desplomada, el pútrido salitre de las horas, desgarra las entrañas de la lluvia y extirpa sin piedad su útero estéril. ¿A qué nido emigró la nube herida que alzara un nuevo vuelo socorrida por un candor sediento?, ¿acaso no recuerda aquellas alas pintando de granate sus aleros?, ¿la entrega altruista y fiel de la crisálida, sanándola del vértigo y las náuseas?
Los ojos de la flor se han vuelto abismos, apenas una luz frugal sin labios, poniente amarillento en que agoniza la herencia más anónima del viento. La lila engulle, muda y sin clemencia, el salmo excomulgado que la nombra; y un gnomo que llegó desde confines poblados de hipopótamos azules, se asfixia entre las fauces del silencio. Tan sólo acompañando su agonía, fundiéndose un muñeco hecho de nieve, y el oro devaluado de una torre nacida en el fracaso de un invierno que no alcanzó a mudarse en primavera.
Cuando una retirada urdida a tiempo, no vale como tablas o victoria, el éxodo no es más que un eufemismo que nombra sin nombrar el duro exilio de un animal sin eco en la derrota. Rompió el capullo, en flor, la nube alada, mudándose en desierto e hilo roto, en tanto que el gusano, desahuciado, quedó en los laberintos del destierro; apátrida añorando el territorio que nunca lo acogió: la patria roja.
Rompió el capullo y mutó el gusano en mariposa para volar sin alas...
ResponderEliminarUn beso
Y si en vez de rumiar
ResponderEliminarsus miedos
siendo apátrida
no pelea por
sus raíces.
Un abrazo León.
Se parte el gusano para olvidar que fue o que pudo ser, al final una flor alada por campos de Teruel...un abarzo.
ResponderEliminarLa noche indevota es para vomitar salmos, dijo Rafael Cadenas. Me lo confirma tu prosa y ese animal herido, en viaje inverso, transfigurado. Estoy vencida, me retiro. El perdedor se lo lleva todo. Huella y abrazo quedan, Isa
ResponderEliminarDesgarrador el grito.
ResponderEliminarSe ha clavado como lanza
en mi costado.
Ya no queda en la hendidura
la esperanza,
se ha trocado en cicatríz
que en llanto mana
las esquirlas como espinas
de una lila
que es tormento de un poeta
... y su calvario.
Besos, Rafa.