A finales del año 2003, siendo entonces su rector Antonio Ramírez de Verger, desde la Universidad de Huelva se planteó la posibilidad de amurallar su recinto. Afortunadamente tal aberración, por motivos que desconozco, no llegó a perpetrarse y acabó merecidamente en el cajón de los olvidos. Pero la nuestra es una sociedad cada vez más afín al levantamiento de murallas y hoy, seis años después, la Universidad, con Francisco José Martínez López al frente, retoma con nuevos bríos aquel triste y aterrador proyecto, que devolvería el Campus del Carmen a sus orígenes castrenses cuando, siendo recinto militar, era lugar para provisión de guerras en vez de para la paz, la solidaridad y el humanismo que debería impulsar cualquier institución universitaria.
Y Martínez López, un tipo, al menos en apariencia, cercano y progresista, como en su día lo hiciese Ramírez de Verger, se equivoca. Y su error cobra si cabe mayores dimensiones tras el llamamiento que hizo ayer “a toda la sociedad”, en el acto oficial de inauguración del nuevo curso universitario, para que participe en la implantación del Espacio Europeo de Enseñanza Superior –o Plan Bolonia-. Que alguien que se afana en levantar muros venga a pedir a los demás que le tiendan un puente no es de recibo, no resulta serio y, sobre todo, suena a burla o tomadura de pelo. Esperemos que el rector rectifique a tiempo y confirme esa sensación de cercanía y progresismo que transmite, y la misma no quede en mera fachada tras la cual se oculten, espantosas, insolidaridad, involución y distancia.
Entonces, a finales de 2003, concretamente el 8 de noviembre, me fue publicado en Rebelión este artículo que hoy reproduzco y que, por desgracia, parece cobrar de nuevo absoluta vigencia.
Y Martínez López, un tipo, al menos en apariencia, cercano y progresista, como en su día lo hiciese Ramírez de Verger, se equivoca. Y su error cobra si cabe mayores dimensiones tras el llamamiento que hizo ayer “a toda la sociedad”, en el acto oficial de inauguración del nuevo curso universitario, para que participe en la implantación del Espacio Europeo de Enseñanza Superior –o Plan Bolonia-. Que alguien que se afana en levantar muros venga a pedir a los demás que le tiendan un puente no es de recibo, no resulta serio y, sobre todo, suena a burla o tomadura de pelo. Esperemos que el rector rectifique a tiempo y confirme esa sensación de cercanía y progresismo que transmite, y la misma no quede en mera fachada tras la cual se oculten, espantosas, insolidaridad, involución y distancia.
Entonces, a finales de 2003, concretamente el 8 de noviembre, me fue publicado en Rebelión este artículo que hoy reproduzco y que, por desgracia, parece cobrar de nuevo absoluta vigencia.
Universidad, seguridad y miedo
La Universidad de Huelva, se quiere amurallar para "protegerse" del ambiente "hostil" que generan los excluidos de los barrios adyacentes
El sociólogo urbanista norteamericano Mike Davis, hace más de una década, definió de forma genial ("Más allá de Blade Runner. Control Urbano: la ecología del miedo", Ed. VIRUS) como el miedo creciente a la inseguridad en la sociedad urbana de los países desarrollados sirve de pretexto para el establecimiento de sistemas de control social de corte autoritario y no democrático. Sistemas parciales e injustos que contribuyen a un progresivo recorte de libertades y a la segregación y ruptura de las estructuras sociales, demostrando una escasa, cuando no nula eficacia para aportar una seguridad ciudadana real.
Esa ecología del miedo que atraviesa nuestras ciudades acaba de irrumpir de lleno en la Universidad de Huelva. Una Universidad que pregona su vocación de integración y apertura respecto a la ciudad y que, no obstante, reclama, apuntándose a lo aparentemente fácil, sistemas de control similares a los referidos por Davis. Más control policial y la concepción de la Universidad como recinto amurallado para defenderse de las "agresiones" de un entorno social "hostil" y conflictivo. Es un síntoma de nuestro tiempo; un tiempo donde proliferan habitaciones del pánico, urbanizaciones-fortaleza y espacios públicos rodeados de vallas y diseñados para ser vigilados por dispositivos panópticos.
En las ciudades y aldeas medievales la seguridad se construía mediante la organización de sus habitantes frente a las posibles agresiones externas. En nuestras modernas urbes el peligro ya no se halla extramuros sino en el interior de la propia ciudad. Y la respuesta ofrecida para controlar ese peligro se centra, por un lado en su segregación mediante la creación de guetos y espacios de "privilegio amurallados", y por otro con el incremento de unos sistemas de control u "orden público" que llegan a volverse asfixiantes. Dos formas complementarias de ejercer el poder sobre los hombres: segregación y disciplina no consensuada o, incluso, hurtada.
Pero ¿es éste el mejor y más deseable sistema de seguridad? ¿Se ajusta, por ejemplo, a las declaraciones de intenciones contenidas en la, al parecer intocable, Constitución Española? Aunque entre intenciones y hechos medie después un abismo. Según Pilar Lledó, la seguridad es establecida en la Constitución como el derecho ciudadano a vivir en un "clima de paz, de convivencia y de confianza mutua, que permite y facilita a los ciudadanos el libre y pacífico desarrollo de sus derechos individuales, políticos y sociales".
Parece que el "amurallamiento" de la Universidad y la disposición de más policía (independientemente de su carácter privado o público) para un mayor aislamiento y "disciplinamiento" de su recinto no tiene mucho que ver con el concepto de seguridad emanando de la Constitución. En cambio supondría arrebatar al concepto de seguridad aspectos, como la confianza mutua, la libertad y la solidaridad, que deberían serle esenciales, para reducirla a la "protección" de la ciudadanía frente a acciones delictivas y vandálicas que en última instancia son casi siempre producto de la desigualdad y la injusticia social. O de la sustitución acelerada de ideas y valores por mercantilización y precio. Medidas parciales, excluyentes y con escasa eficacia. La misma Pilar Lledó refiere que "mientras que el concepto de orden público sirve para justificar la actividad de la Policía, consistente en imponer prohibiciones, y mantener "el orden" a cualquier precio, al servicio de un poder autoritario y generalmente no democrático, la seguridad ciudadana, en cambio, no es el mecánico y exclusivo producto de la acción policial sino (y yo añadiría: sobre todo) el resultado de las políticas de cohesión social, de solidaridad, y corresponsabilidad que deben producirse en cualquier sistema democrático".
¿Es una medida solidaria, integradora, corresponsable y promotora de la cohesión social y de la apertura para con la ciudad hacer depender la seguridad de la Universidad de Huelva prioritariamente de su conversión en un recinto amurallado y del incremento de sus efectivos policiales propios o impropios? O, por el contrario, ¿constituiría la implantación de un sistema de seguridad de corte predominantemente represivo y que favorecería la restricción de las libertades de todos los habitantes de Huelva y, sobre todo, la criminalización de los excluidos de los barrios marginales y conflictivos (y sumidos en una permanente inseguridad que, por cierto, nadie denuncia ni cuestiona) del entorno del Campus del Carmen?
Hace tiempo que se debería haber redefinido el concepto de seguridad para pasar del simplismo arcaico e interesado de hacerla depender exclusivamente del control coercitivo de la criminalidad a una conceptualización mucho más integral, esencial y fructífera centrada en el fomento de la libertad, de la convivencia e integración entre los diferentes grupos sociales y de la justicia. En este cambio, ciertamente revolucionario para los tiempos que corren, la Universidad debería ejercer una gran corresponsabilidad y protagonismo. Una institución que inmemorialmente ha sido símbolo del humanismo no puede contribuir o permanecer impasible ante un modelo de sociedad que convierte en "criminales" y "chivos expiatorios" a los perjudicados por ese mismo modelo. Por mucho que este hecho sirva de sintomática terapia catártica de las frustraciones, inseguridades y superficialidad que atraviesan la espina dorsal de una sociedad que se cree toda clase media. Una clase media (no) constituida artificialmente por grupos radicalmente antagónicos en su esencia y cuyo nexo de unión depende de su inseguridad y miedo frente a los excluidos.
Levantar murallas y ejercer la coerción no casan nada bien con las aspiraciones y los valores humanistas. Unos valores que la Universidad de Huelva debería seguir defendiendo frente a los contravalores del sistema económico-político-(no)social neoliberal. Pero para ello deberá renunciar a sus murallas y a la coerción. Y deberá comprometerse con su entorno urbano social, poniendo en marcha programas de formación, culturales y de ocio tanto en su recinto como en los barrios, abriendo sus puertas y siendo una institución no sólo para universitarios y profesores, sino para el conjunto de los ciudadanos de Huelva. Sólo así conseguirá integrarse en la ciudad. La integración no es maná que caiga del cielo. Es algo que hay que ganar. Y es un compromiso mutuo, no la rendición, aplastamiento o confinamiento de una de las partes.
Evidentemente esto es más difícil que levantar un muro financiado por grandes superficies comerciales. Pero la consecución de los retos más difíciles aporta grandes satisfacciones y soluciones definitivas, con lo que, además, a largo plazo reduce los costes e incrementa los beneficios. Los sociales pero también los económicos. Como dijo aquél, siempre es mejor tender puentes que levantar murallas, por mucho que la maquinaria económico-político-militar neoliberal se empeñe en tratar de demostrar todo lo contrario. La Universidad si quiere continuar siendo considerada ámbito de intelectualidad y humanismo no debe entrar a ese trapo.
Esa ecología del miedo que atraviesa nuestras ciudades acaba de irrumpir de lleno en la Universidad de Huelva. Una Universidad que pregona su vocación de integración y apertura respecto a la ciudad y que, no obstante, reclama, apuntándose a lo aparentemente fácil, sistemas de control similares a los referidos por Davis. Más control policial y la concepción de la Universidad como recinto amurallado para defenderse de las "agresiones" de un entorno social "hostil" y conflictivo. Es un síntoma de nuestro tiempo; un tiempo donde proliferan habitaciones del pánico, urbanizaciones-fortaleza y espacios públicos rodeados de vallas y diseñados para ser vigilados por dispositivos panópticos.
En las ciudades y aldeas medievales la seguridad se construía mediante la organización de sus habitantes frente a las posibles agresiones externas. En nuestras modernas urbes el peligro ya no se halla extramuros sino en el interior de la propia ciudad. Y la respuesta ofrecida para controlar ese peligro se centra, por un lado en su segregación mediante la creación de guetos y espacios de "privilegio amurallados", y por otro con el incremento de unos sistemas de control u "orden público" que llegan a volverse asfixiantes. Dos formas complementarias de ejercer el poder sobre los hombres: segregación y disciplina no consensuada o, incluso, hurtada.
Pero ¿es éste el mejor y más deseable sistema de seguridad? ¿Se ajusta, por ejemplo, a las declaraciones de intenciones contenidas en la, al parecer intocable, Constitución Española? Aunque entre intenciones y hechos medie después un abismo. Según Pilar Lledó, la seguridad es establecida en la Constitución como el derecho ciudadano a vivir en un "clima de paz, de convivencia y de confianza mutua, que permite y facilita a los ciudadanos el libre y pacífico desarrollo de sus derechos individuales, políticos y sociales".
Parece que el "amurallamiento" de la Universidad y la disposición de más policía (independientemente de su carácter privado o público) para un mayor aislamiento y "disciplinamiento" de su recinto no tiene mucho que ver con el concepto de seguridad emanando de la Constitución. En cambio supondría arrebatar al concepto de seguridad aspectos, como la confianza mutua, la libertad y la solidaridad, que deberían serle esenciales, para reducirla a la "protección" de la ciudadanía frente a acciones delictivas y vandálicas que en última instancia son casi siempre producto de la desigualdad y la injusticia social. O de la sustitución acelerada de ideas y valores por mercantilización y precio. Medidas parciales, excluyentes y con escasa eficacia. La misma Pilar Lledó refiere que "mientras que el concepto de orden público sirve para justificar la actividad de la Policía, consistente en imponer prohibiciones, y mantener "el orden" a cualquier precio, al servicio de un poder autoritario y generalmente no democrático, la seguridad ciudadana, en cambio, no es el mecánico y exclusivo producto de la acción policial sino (y yo añadiría: sobre todo) el resultado de las políticas de cohesión social, de solidaridad, y corresponsabilidad que deben producirse en cualquier sistema democrático".
¿Es una medida solidaria, integradora, corresponsable y promotora de la cohesión social y de la apertura para con la ciudad hacer depender la seguridad de la Universidad de Huelva prioritariamente de su conversión en un recinto amurallado y del incremento de sus efectivos policiales propios o impropios? O, por el contrario, ¿constituiría la implantación de un sistema de seguridad de corte predominantemente represivo y que favorecería la restricción de las libertades de todos los habitantes de Huelva y, sobre todo, la criminalización de los excluidos de los barrios marginales y conflictivos (y sumidos en una permanente inseguridad que, por cierto, nadie denuncia ni cuestiona) del entorno del Campus del Carmen?
Hace tiempo que se debería haber redefinido el concepto de seguridad para pasar del simplismo arcaico e interesado de hacerla depender exclusivamente del control coercitivo de la criminalidad a una conceptualización mucho más integral, esencial y fructífera centrada en el fomento de la libertad, de la convivencia e integración entre los diferentes grupos sociales y de la justicia. En este cambio, ciertamente revolucionario para los tiempos que corren, la Universidad debería ejercer una gran corresponsabilidad y protagonismo. Una institución que inmemorialmente ha sido símbolo del humanismo no puede contribuir o permanecer impasible ante un modelo de sociedad que convierte en "criminales" y "chivos expiatorios" a los perjudicados por ese mismo modelo. Por mucho que este hecho sirva de sintomática terapia catártica de las frustraciones, inseguridades y superficialidad que atraviesan la espina dorsal de una sociedad que se cree toda clase media. Una clase media (no) constituida artificialmente por grupos radicalmente antagónicos en su esencia y cuyo nexo de unión depende de su inseguridad y miedo frente a los excluidos.
Levantar murallas y ejercer la coerción no casan nada bien con las aspiraciones y los valores humanistas. Unos valores que la Universidad de Huelva debería seguir defendiendo frente a los contravalores del sistema económico-político-(no)social neoliberal. Pero para ello deberá renunciar a sus murallas y a la coerción. Y deberá comprometerse con su entorno urbano social, poniendo en marcha programas de formación, culturales y de ocio tanto en su recinto como en los barrios, abriendo sus puertas y siendo una institución no sólo para universitarios y profesores, sino para el conjunto de los ciudadanos de Huelva. Sólo así conseguirá integrarse en la ciudad. La integración no es maná que caiga del cielo. Es algo que hay que ganar. Y es un compromiso mutuo, no la rendición, aplastamiento o confinamiento de una de las partes.
Evidentemente esto es más difícil que levantar un muro financiado por grandes superficies comerciales. Pero la consecución de los retos más difíciles aporta grandes satisfacciones y soluciones definitivas, con lo que, además, a largo plazo reduce los costes e incrementa los beneficios. Los sociales pero también los económicos. Como dijo aquél, siempre es mejor tender puentes que levantar murallas, por mucho que la maquinaria económico-político-militar neoliberal se empeñe en tratar de demostrar todo lo contrario. La Universidad si quiere continuar siendo considerada ámbito de intelectualidad y humanismo no debe entrar a ese trapo.
Yendo de murallas...
ResponderEliminarEn Getafe "capital del Sur" "Cuna de la Aviación Española" y aspirante -su alcalde- a "capital de la comunidad de Madrid" después de "destruir" la Casa del Lago, lugar de reunión de jóvenes en que se impartían distintos cursos y ...
año 2007; se procedió a amurallar el parque, construyendo en todo su perímetro una valla de hormigón con huecos enrejados y 3 o 4puertas. Lo que supone que, de cerrarse las mismas, objeto para el que se supone se colocan las puertas, ni se podría acceder al interior ni salir de él; con el agravante ACTUAL que SUPONE andar por su perímetro a la búsqueda de la Puerta Escondida.
¡Una jodienda... vaya!
¿Donde más nos colocarán puertas estúpidamente... con el GASTO que ADEMÄS y para MÁS INRI Suponen?
Con más cosas que podría decir, pero no quiero enrrollarme, se despide de ti ésta que te admira. PAQUITA