Aquella historia nunca había sido escrita. No obstante, era por todos de sobra conocida; había estado corriendo de boca en boca durante siglos, y causaba un profundo espanto a aquellos que, acostumbrados al sempiterno secano de aquellos páramos, la escuchaban rodeados por las inciertas sombras de la noche. Y es que nadie jamás pudo imaginar peor agonía que la que acabó con la vida de su protagonista: ahogado cuando se soñaba gota de rocío.
Realidad o leyenda, lo cierto es que aquellos pagos, en los que nunca lució un sol, adolecían de una aridez extrema. Tanto era así que ni los más ancianos del lugar recordaban haber conocido alguna vez el peculiar aroma que emana desde el fondo de un corazón fecundo durante ese instante fugaz que precede a la lluvia. Tal vez fuese ese el motivo de que nadie estuviese prevenido cuando se desató el diluvio.
Hoy, tras una eternidad de lodo hambriento y pertinaz aguacero, sólo subsiste, entre la desilusión y el desamparo, una densa y ponzoñosa maraña de esquirlas metálicas atravesando rabiosas el verbo. Y ha quedado tajantemente prohibida la difusión de cualquier tipo de cuento o de leyenda, en tanto todo aquel que reconoce alguna vez haber soñado es inmediatamente ajusticiado sin juicio aun sumarísimo. La sed, crece.
No se por qué me ha llevado tu narración a la América de Quiroga aunque con menos sobresalto...
ResponderEliminarbesos
De quien no deberíamos fiarnos es de quien nunca sueña, sospechoso, sí, muy sospechoso
ResponderEliminarInquietante relato. No quisiera imaginarme una sociedad donde, además de pensar, nos prohibieran soñar
Esperemos que como decían aquellos de mayo-68 "Quede estrictamente prohibido prohibir "
Abrazos
Merce