Adela y Roberto habitaban un piso humilde en el barrio de Nasplaeti. Apenas 70 metros cuadrados en los que con un gran esfuerzo trataban de llevar hacia delante a su numerosa familia: siete hijos, su nuera Carmen, su yerno Manuel y cinco nietos.
Nasplaeti, con una situación privilegiada, suponía un problema casi irresoluble para las autoridades locales. Poblado por gente honrada y trabajadora que, incansable, se resistía a los planes del consistorio por reurbanizar el barrio para beneficio de los especuladores.
Tras varios años de enfrentamientos nada había dado resultado; ni procesos judiciales, ni intervenciones policiales, ni nada. De modo que los regidores locales decidieron instalar en el barrio a una familia ajena al mismo a modo de quinta columna que sirviese a sus intereses: los Nistassio. Pero en Nasplaeti no había ni una sola vivienda libre en la que establecer su residencia y, mediante una resolución judicial amañada por los regidores locales, los Nistassio terminaron por ser instalados en el piso de Adela y Roberto que, junto con todos los miembros de su familia, fueron hacinados en la habitación más pequeña de la casa. Al principio podían acceder sin demasiados problemas al cuarto de baño y la cocina, pero paulatinamente los Nistassio fueron restringiéndoles su uso.
Una mañana, cuando un Nistassio estaba agrediendo a una de las nietas de Adela y Roberto, Manuel, su padre, al acudir en su defensa, le propinó una puñalada en el abdomen y después huyó para salvar la vida propia. Desde entonces no han cesado las represalias de los Nistassio. Les han retirado el mobiliario, los han privado de la electricidad y de agua corriente, Roberto ha sido mutilado –le destrozaron las dos rodillas a martillazos-, sus hijas y su nuera Carmen han sido violadas por los Nistassio en repetidas ocasiones, dos de sus hijos y sus cinco nietos han sido asesinados… Los que van quedando, que se han convertido en el símbolo de la resistencia en Nasplaeti, siguen aguantando como pueden la creciente presión que, con el apoyo de las autoridades locales, a cuyos intereses sirven, ejercen día a día los Nistassio con el objetivo de expulsarlos definitivamente de la que fue su casa y del barrio. Pero, pese a que Manuel, agazapado en las sombras, siempre que puede golpea a los Nistassio, su familia tiene los días contados. Las autoridades regionales y estatales, conocedoras de la situación, hacen la vista gorda… Adela llora, llora desconsoladamente por la impotencia día y noche.
Terrible ¿verdad? Aunque, tal vez, por el título y la ilustración se esperase que esta fuese una historia de mafiosos. Pues lo es. Y a lo grande.
Cambiémoslo todo de escala. Pensemos que el barrio de Nasplaeti o, mejor, la casa de Adela y Roberto, es Palestina –sólo hay que reordenar las letras-; los Nistassio, los sionistas; la autoridad local, Estados Unidos; las autoridades regionales y estatales, la Comunidad Internacional… Manuel, por supuesto, sería… bueno, ya sabéis, resulta evidente.
Nasplaeti, con una situación privilegiada, suponía un problema casi irresoluble para las autoridades locales. Poblado por gente honrada y trabajadora que, incansable, se resistía a los planes del consistorio por reurbanizar el barrio para beneficio de los especuladores.
Tras varios años de enfrentamientos nada había dado resultado; ni procesos judiciales, ni intervenciones policiales, ni nada. De modo que los regidores locales decidieron instalar en el barrio a una familia ajena al mismo a modo de quinta columna que sirviese a sus intereses: los Nistassio. Pero en Nasplaeti no había ni una sola vivienda libre en la que establecer su residencia y, mediante una resolución judicial amañada por los regidores locales, los Nistassio terminaron por ser instalados en el piso de Adela y Roberto que, junto con todos los miembros de su familia, fueron hacinados en la habitación más pequeña de la casa. Al principio podían acceder sin demasiados problemas al cuarto de baño y la cocina, pero paulatinamente los Nistassio fueron restringiéndoles su uso.
Una mañana, cuando un Nistassio estaba agrediendo a una de las nietas de Adela y Roberto, Manuel, su padre, al acudir en su defensa, le propinó una puñalada en el abdomen y después huyó para salvar la vida propia. Desde entonces no han cesado las represalias de los Nistassio. Les han retirado el mobiliario, los han privado de la electricidad y de agua corriente, Roberto ha sido mutilado –le destrozaron las dos rodillas a martillazos-, sus hijas y su nuera Carmen han sido violadas por los Nistassio en repetidas ocasiones, dos de sus hijos y sus cinco nietos han sido asesinados… Los que van quedando, que se han convertido en el símbolo de la resistencia en Nasplaeti, siguen aguantando como pueden la creciente presión que, con el apoyo de las autoridades locales, a cuyos intereses sirven, ejercen día a día los Nistassio con el objetivo de expulsarlos definitivamente de la que fue su casa y del barrio. Pero, pese a que Manuel, agazapado en las sombras, siempre que puede golpea a los Nistassio, su familia tiene los días contados. Las autoridades regionales y estatales, conocedoras de la situación, hacen la vista gorda… Adela llora, llora desconsoladamente por la impotencia día y noche.
Terrible ¿verdad? Aunque, tal vez, por el título y la ilustración se esperase que esta fuese una historia de mafiosos. Pues lo es. Y a lo grande.
Cambiémoslo todo de escala. Pensemos que el barrio de Nasplaeti o, mejor, la casa de Adela y Roberto, es Palestina –sólo hay que reordenar las letras-; los Nistassio, los sionistas; la autoridad local, Estados Unidos; las autoridades regionales y estatales, la Comunidad Internacional… Manuel, por supuesto, sería… bueno, ya sabéis, resulta evidente.
Una se queda sin palabras ante hechos así, Rafa, llena de impotencia, porque los que pueden de verdad hablar y hacer algo no lo hacen, callan y miran para otro lado, o cuando hablan y hacen es para arrinconar más aún a los Adela y Roberto de todas las Nasplaeti que hay en el mundo.
ResponderEliminarPero alguien tiene que hablar, alguien tiene que hacer... Siquiera, desde un blog.
Besos, y que 2009 te conceda y nos conceda no volver a ver más fotos como la que encabeza tu penúltimo post. Es una quimera, pero...
Terrible tragedia, no ha hecho más que sumar un punto más a mi jodida navidad.
ResponderEliminarBeso
Creo que en todas las historias hay siempre dos versiones, dos miradas...pero al final siempre hay un punto en común, el sufriento del más inocente.
ResponderEliminarBesos
Veremos si el 2009 no empeora las cosas.
ResponderEliminarsuerte