Y si al fin, con el sol en el ocaso,
Amaneciese en mi cielo una estrella
Que hiciese que, sin labios tomados de la mano,
De nuevo caminásemos unidos
Desbrozando a bocados la maleza
Que en mi tristeza se alzó a nuestro paso…
Qué horror de tiempo perdido,
Culpándome;
Imponiendo con gesto inapelable
Su más dura sentencia,
La sentencia
De lo nunca vivido.
Mas después, oh dios mío,
Qué dulcísima muerte.
Fotografía: Ralph Heimans.
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