(Clavo ardiendo)
Nos faltaron sus noches,
Saber desentrañar los códigos arcanos
Inscritos en la bóveda del sueño
Como estrella en los cauces.
Nos faltó conocer
El tacto de su piel junto a mis labios,
Su mirada desnuda -ese gran imposible-,
Arrullando mis ojos con la aurora;
Nos faltó el gemido, el fuego, el éxtasis,
Vestirnos un ocaso de domingo
Para apurar con codicia las sombras.
Y esa carencia creció cual maraña,
Periclitando estrellas, secando los veneros,
Devastando las luces que erguimos de la nada,
Y urdiendo un denso muro en sus rüinas.
Y hoy ya no es más que una desconocida
Que alza su mano con aires de adiós,
Tan cortés y elegante,
Día tras día.
Yo en ese instante adelanto el muñón
Como buscando auxilio,
Mano tendida;
Pero sus brazos me quedan tan lejos,
Que ya todo o nada sólo consiste
En dos manos que se alzan sin mirarse;
Una,
Con desganada cortesía,
Y otra,
Con el dolor de lo amputado,
Sumida en el vacío que devoran
Yermas caricias jamás engendradas.
Fotografía: Oana Cambrea Cutteroz.
Entonces creo que que hay un lugar secreto, secretìsimo en vos, en mi, donde al leerte puedo hallarme, porque te escucho, te oigo, siento tus palabras derramando algo en comùn.
ResponderEliminarUn abrazo