No consientas que la aurora
Seque el pozo del que mana
La sangre de mis heridas;
Impídele a la marea
Aliviar de sal y espuma
El fuego de mis pupilas;
Y no permitas que el viento
Acaricie de poniente
Mi yerma y seca campiña.
Pero deja que la tierra
Que me acogerá en mi sueño
Se halle sembrada de lilas.
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