Recibimos la notificación; pesaba sobre mí un expediente con el que se pretendía dictar una orden de alejamiento sobre mi persona con relación a Julia. No me costó mucho esfuerzo tranquilizarla; sin duda se trataba de un desafortunado error administrativo que, en el peor de los casos, sólo nos haría perder algunas horas en el negociado correspondiente.
No sin ciertas dificultades para convencer al jefe de personal de la editorial para la que mal pagado trabajo, conseguí tomarme libre el día siguiente, y bien temprano, tras despedirme de Julia con un beso que a cualquiera que hubiese podido contemplarlo se le habría podido antojar como el último de nuestras vidas, me dirigí a tratar de corregir el malentendido, confiado en que todo se solucionaría sin demasiadas dificultades.
Sin embargo, nada más llegar me comunicaron que el encargado de esos asuntos hacía tres días que no acudía a su trabajo y que nada se sabía de él desde entonces, que era como si se lo hubiese tragado la tierra. Me rogaron que esperase unos minutos hasta que la persona a la que oficiosamente se le había encargado sustituirlo en sus funciones, tuviese un hueco en sus quehaceres habituales y pudiese atenderme. Tras más de dos horas de desesperante espera, apareció un funcionario menudo y con apariencia de ser muy activo, o no sabría decir bien si extremadamente nervioso, que, con una permanente y gran sonrisa y una amabilidad encomiable, me condujo hasta el despacho en el que debía encontrarse archivado el expediente en cuestión. Una vez allí -fue el único instante en el que me pareció ver atravesarle el rostro una sombra de algo que interpreté como tristeza o tal vez miedo- me pidió en actitud suplicante y con cierta ansiedad que tuviese la amabilidad de esperar fuera. Tras la puerta comenzó a escucharse el estrepitoso cuchicheo de la frenética actividad de remoción que aquel funcionario estaba desarrollando entre los innumerables archivadores y legajos que se apilaban sin ningún orden sobre las mesas y en los estantes de aquel cuartucho sin ninguna luz del exterior, y con aquella desvencijada puerta -en la que ya me comenzaba a sentir más que nervioso- como único acceso.
Tras una media hora que se me hizo eterna, asomó su eterna sonrisa como queriendo pedir disculpas desde detrás de la puerta, diciendo suavemente: “Pues no sé donde puede haber caído ese dichoso expediente, pero estar tiene que estar”; y acto seguido volvió a desparecer en el interior. Después de un tiempo, que sería incapaz de determinar, me percaté de súbito de que, ya hacía unos minutos, había cesado el murmullo de aquel continuo e infructuoso remover archivadores y legajos sin norte alguno, y, ya impaciente y ostensible molesto, irrumpí en el interior del despacho. Por unos instantes quedé completamente perplejo y paralizado, era como si me hubiesen acabado de cortar limpiamente la cabeza dejándola en pie sobre mi cuello. Aquel cuartucho inmundo estaba completamente vacío, sin el menor rastro de mobiliario, expedientes, ni de aquel funcionario que me había estado atendiendo; era como si todo ello hubiese sido tragado por la tierra. Mi reacción siguiente fue darme enérgicamente la vuelta con un enfado de mil demonios y con la intención de dirigirme al máximo responsable del negociado para presentarle de forma abrupta mis quejas. Desde entonces me encuentro vagando por un lugar desconocido en el que reina un absoluto silencio y sólo se vislumbran penumbras. A veces siento como si alguien o algo pasase arrastrándose penósamente junto a mi, pero no consigo olerlo, verlo, tocarlo ni escucharlo. Pienso en Julia con tristeza; sé que nunca más podré volver a verla.
ja! muy bueno tu delirio... se parece bastante al sistema de justicia argentino... besos!
ResponderEliminarquillo, que desasosiego...
ResponderEliminarGracias, Alejandra, creo que por aquí también se "funciona" de ese modo en algunas ocasiones...
ResponderEliminarPorque, Larrey, salvo que se trataba de un asunto distinto y el desenlace fue distinto, amén se que, como puede comprenderse la parte delirante del relato es fruto de mi mente también delirante, todo lo demás me sucedió ayer mismo.
Abrazos.
anoche cuando lo lei no te pude dejar un comentario, pues me llego mucho
ResponderEliminarhace mas de un año supe lo que era vivir quedar sin trabajo, despues de llevar bastante tiempo en la empresa y entregarme por completo
lo que me dolio fue la actitud como lo hicieron, ya que sabian que estaba enferma
y ver que los que creias tus amigos, no quedo ninguno
el ultimo tiempo en la empresa ademas habia sido muy triste por situaciones que mi jefe no entendia que estaba enferma y seguia trabjando
cuando sali de ahi, la unica pena que senti y que siento hasta el dia de hoy duele haberme entregado tanto
las personas se olvidan muy facil en un trabajo, ya que solo maquinas
doy gracias a Dios que en la perdida solo extrañe lo que hacia, las personas y el lugar no fueron dolor
supere con mucha fuerza todo, ya que despues vinieron en mi vida mil sucesos y hasta un accidente
hoy creo que fue una etapa donde profesionalmente creci mucho
y por un momento me puse en el lugar de Julia
ademas como lo cuentas y logras sentir y darle un final especial, hace la historia muy real
la vida tiene lados oscuros y claros, buenos y malos, pero de todo aprendemos y nos da mas fuerza para seguir viviendo
te dejo muchos cariños y gracias por tus lindos saludos amigo
que estes muy bien y que mañana sea un gran dia
mil besitos
besos y sueños
Ya, me llamó Julia, que te seguía esperando, dice.
ResponderEliminarCasi por un momento tu delirio se ha convertido en mi imaginación, en esa etapa que tenemos que pasar y que no queremos nadie pasar.
ResponderEliminarTe hablo de la muerte.
¿Me hablas tú de ella?.
Ahora sí que me dejas un poco triste. No me gusta el tema muerte.
Un saludo.
!!!Y a vivir que son dos días!!!.