Loca de amor y remordimientos desde el mismo día en que le dijo que se marchara para siempre, Claudette terminó pensando que sólo con su muerte podría liberarse de las ansias que sentía por buscarlo para pedirle que volviese a su lado. Incapaz de soportar durante más tiempo la angustia que le producía tanta indecisión, justo la noche en que se cumplían dos años desde que propició la ruptura, mandó llamar al hechicero de la aldea y, con todo detalle, le expuso su caso.
- Así que crees que sólo con su muerte lograrás liberarte de tu tormento, que deseas su muerte... Por lo que cuentas yo no estaría tan seguro. Pero si es lo que me pides, que así sea. Pero para realizar mi sortilegio necesito algún objeto que aún te una a él.
Claudette, temblorosa y sin poder evitar una lágrima, le entregó una fotografía de ambos que llevaba entre la ropa y su cuerpo a la altura del corazón, mientras cerraba los ojos para evitar contemplar el macabro ritual que estaba desencadenando.
- Para que surta efecto mi magia, mujer, ha de ser contemplada por tus ojos –dijo entonces elevando la voz y con solemnidad el hechicero.
Tras unos minutos de danza y cánticos que parecían provenir del mismo infierno y que a Claudette se le hicieron interminables, el hechicero alzó su brazo izquierdo y de un golpe seco clavo un diminuto alfiler oxidado en el centro de la imagen del hombre. Sólo un instante después yacía sobre el suelo entre pavorosas convulsiones y alaridos de espanto. Al fin, cuando logró dominar a duras penas su cuerpo e incorporarse, se dirigió a Claudette con voz grave y acusadora:
- ¿Cómo has osado engañarme?, mujer. ¿De dónde has sacado el valor para burlarte de mi magia? ¿Cómo me pides que quite la vida a quién lleva ya dos años muerto? ¿Es que no te das cuenta de que su alma en pena ha estado a punto de arrebatarme todos mis poderes y hasta la misma vida? Desafortunadamente para ti, no ha sido así. ¿Cuál imaginas que será el precio que me habrás de pagar por semejante temeridad?
- ¡No, no es posible! ¿Es que ha caso no me has escuchado cuando te he dicho que sólo hace unos días fue visto merodeando por los alrededores de la aldea? –balbució Claudette colmada de recelo y congoja.
Pero el hechicero, que había iniciado de nuevo su danza y sus demoníacos cánticos, ya no la escuchaba. Y así estuvo bailando y cantando, ante los ojos pavoridos de Claudette, hasta que, tras proferir un espeluznante aullido que parecía salido de las mismísimas fauces de Belcebú, con desdén, arrojó la fotografía al fuego.
- Al fin ambos descansan en paz –se dijo, mientras caminaba por las calles desiertas de la aldea aspirando el fresco aroma de la brisa nocturna y bañado por la pálida luz de las estrellas, y un tanto molesto por haber liberado a Claudette de su tormento cuando lo que pretendía era imponerle un duro castigo.
- Así que crees que sólo con su muerte lograrás liberarte de tu tormento, que deseas su muerte... Por lo que cuentas yo no estaría tan seguro. Pero si es lo que me pides, que así sea. Pero para realizar mi sortilegio necesito algún objeto que aún te una a él.
Claudette, temblorosa y sin poder evitar una lágrima, le entregó una fotografía de ambos que llevaba entre la ropa y su cuerpo a la altura del corazón, mientras cerraba los ojos para evitar contemplar el macabro ritual que estaba desencadenando.
- Para que surta efecto mi magia, mujer, ha de ser contemplada por tus ojos –dijo entonces elevando la voz y con solemnidad el hechicero.
Tras unos minutos de danza y cánticos que parecían provenir del mismo infierno y que a Claudette se le hicieron interminables, el hechicero alzó su brazo izquierdo y de un golpe seco clavo un diminuto alfiler oxidado en el centro de la imagen del hombre. Sólo un instante después yacía sobre el suelo entre pavorosas convulsiones y alaridos de espanto. Al fin, cuando logró dominar a duras penas su cuerpo e incorporarse, se dirigió a Claudette con voz grave y acusadora:
- ¿Cómo has osado engañarme?, mujer. ¿De dónde has sacado el valor para burlarte de mi magia? ¿Cómo me pides que quite la vida a quién lleva ya dos años muerto? ¿Es que no te das cuenta de que su alma en pena ha estado a punto de arrebatarme todos mis poderes y hasta la misma vida? Desafortunadamente para ti, no ha sido así. ¿Cuál imaginas que será el precio que me habrás de pagar por semejante temeridad?
- ¡No, no es posible! ¿Es que ha caso no me has escuchado cuando te he dicho que sólo hace unos días fue visto merodeando por los alrededores de la aldea? –balbució Claudette colmada de recelo y congoja.
Pero el hechicero, que había iniciado de nuevo su danza y sus demoníacos cánticos, ya no la escuchaba. Y así estuvo bailando y cantando, ante los ojos pavoridos de Claudette, hasta que, tras proferir un espeluznante aullido que parecía salido de las mismísimas fauces de Belcebú, con desdén, arrojó la fotografía al fuego.
- Al fin ambos descansan en paz –se dijo, mientras caminaba por las calles desiertas de la aldea aspirando el fresco aroma de la brisa nocturna y bañado por la pálida luz de las estrellas, y un tanto molesto por haber liberado a Claudette de su tormento cuando lo que pretendía era imponerle un duro castigo.
Un cuento muy interesante
ResponderEliminarPorque hay tormentos que, para darles fin, sólo nos cabe que tomar una decisión drástica.
ResponderEliminarMe ha gustado el cuento, sí señor.
Un abrazo
A veces mueren los dos con la ruptura aunque el otro no lo sepa, muy bueno el relato Rafa, un tema usado como el de la magia negra con un giro novedoso, un beso
ResponderEliminarLos umbrales del amor y el odio son mas finos que un papel de fumar; asi como el de la vida y la muerte...¿que los separa?
ResponderEliminarBuen giro final, sorprendente.
Un abarzo.