A mis casi 47 años y en este mundo feliz, este mundo de confort y murallas que nos ha sido regalado graciosamente por los adalides del Estado del Bienestar, podría decirse que soy un hombre joven. Un hombre con la flor de la vida –hubo un tiempo en el que pensé que tal vez pudiera llegar a germinar en forma de lila- aún prendida a los labios. Sí, así podría decirse. De hecho, hasta casi antes de ayer, me seguía sintiendo en la ya tan lejana época de mis 18 años, felizmente inmaduro, y henchido de adolescencia. Pero hoy, atravesado por este rayo que no cesa, me siento tan sumamente podrido, y me duelen tanto la podredumbre y el vértigo en las manos vacías y en la boca del estómago, que ya tan sólo ansío poder desvanecerme en el aire, como el humo de un incendio que nunca regresa. Pero nunca te faltó razón, y yo soy de esos seres, peligrosos, insoportables y desmedidos, incapaces de dejar de darle vueltas y más vueltas al coco. Y tal cosa tiene tanto peso que ni siquiera me permite tratar de echarme a volar huyendo de las cenizas apagadas de mis sueños. Así que, ¿cómo demonios podría desvanecerme a voluntad, aunque ésta fuese la última? Y sigo derramando mi sangre solitaria sobre el asfalto para pintar kilómetro a kilómetro de amargos poemas la carretera, esa carretera que ya no conduce a ninguna parte, porque todos mis destinos se quedaron vacíos y tus ojos ciegos. Poemas de carencia, de silencios estruendosos, de sueños que ardieron sin contemplar la luz de la aurora, de cenizas sin hálito. Y así, como el primer día. Porque yo, aun tan despreciado, te pertenezco. Lo supe con aquel beso inocente e inolvidable que me diste suavemente en la mejilla un lejano y puede que ya inexistente mes de diciembre. Sí, a finales de aquel mes de diciembre de grises apagándose, tal vez como presagio de haber llegado tarde, demasiado tarde, o como triste augurio, entonces desconocido, de un ocaso prematuro sin orto. Pero, aun sin haber nunca comenzado, te pertenezco. Y es por ello que, con cada gesto, con cada palabra, con cada ausencia, con cada silencio, me doy a ti. ¡Pero es tan duro, amor, tener que huir para entregarse! Tanto, ¡qué sí!, quisiera poder desaparecerme definitivamente y sin vuelta atrás, como el último y más elevado acto de mi entrega hacia ti. Pero no, no te faltaba razón, y ¡ya ves!, aquí estoy, como siempre, dándole vueltas y más vueltas a lo irresoluble, vagando y vagando desde mi corazón a mis asuntos, sin poder desvanecerme, sin descanso. Y habré de morir luchando, por el amor o, más bien, contra la guerra, ¡tristes hombres! Y pienso y pienso y pienso… Sí, pienso, luego -¡maldita sea!- existo, pero ¡dios mío –es un decir-, qué solos se quedan los muertos! (¡Menos mal! Jorge Manrique y sus coplas a la muerte de su padre).
Pienso luego me mareo, lo que mejor me funciona a mí es tomarme las cosas con humor, y acaba el testamento cuando quieras, aún eres joven :)
ResponderEliminarGracias, leuma. La táctica del buen humor es la más apropiada para casi todas las estrategias. Trataré de ponerla en práctica. Y los testamentos, siempre mejor inacabados.
ResponderEliminarUn beso.
Amigo Rafa. Corredor de asfaltos, vividor de sueños, soñador de vidas, escalador de utopías, navegador de fantasías...
ResponderEliminarNo cambies nunca; y sigue pasándote por el forro de donde dijimos todas las proclamas altisonantes de los que nos quieren atar a falsos baluartes.
UN BESOTE
Gracias, Paco. No, no pienso cambiar, sigo siendo el mismo -esto es un decir, claro, nunca se es el mismo-, aunque últimamente esté "oculto" por una espesa capa de cieno, como si fuera otro el que ocupase mi lugar; y puede que así sea, pero... debajo, manoteando y arañando el barro, buscando un asidero, sigue el otro.
ResponderEliminarAbrazos.
A veces pienso si no sería mejor ser "una cabeza hueca".. Por eso de no pensar en exceso.
ResponderEliminarPero pienso, otras, que es mejor pensar después de leer tus pensamientos...
Aunque lo sean en un inacabado testamento (como tú dices, siempre mejor).
Hay sinfonías inacabadas preciosas.
Un beso.
Gracias, viento, por tus palabras y por la empatía.
ResponderEliminarUn beso.
Para los momentos de tristeza nada como pensar en Belucci...
ResponderEliminarSin duda, larrey, sin duda.
ResponderEliminarUn abrazo.
Te copio un trozo de una canción de Joaquín Sabina, "El blues de lo que pasa en mi escalera":
ResponderEliminarPor lo demás ni más
ni menos larga que cualquiera
a mis cuarenta y pocos
tacos,
ya ves tú,
igual
sigo de flaco,
igual de calavera,
igual que antes de loco
por cantar,
por cantar el blues
de lo que pasa en mi escalera,
por cantar el twist
de las verdades verdaderas.
Asi que sigue asi, cantándonos el soneto de lo que pasa en tu escalera o los versos de las verdades verdaderas