“Solo el necio confunde valor y precio”
Antonio Machado
Tras más de quince años haciendo casi a diario el trayecto de ida y vuelta entre Huelva y Sevilla, cada día que pasa me resultan más gratificantes las noches esporádicas en las que, habitualmente por motivos de trabajo, me quedo a dormir en la ciudad de la Giralda, y logro así escapar al infierno de la A-49. Y es que, estando ocupado hasta tarde, no me merece la pena volver a Huelva tan sólo para dormir y tener que levantarme de nuevo a las seis de la mañana para hacer otra vez el camino de ida.
Pero lograr evadir la dura mordida del asfalto no es el único motivo que me lleva a agradecer esas noches sevillanas. También está Triana, desde dónde esta tarde de viernes estoy escribiendo estas letras. Aquí viví durante más de diez años, cuando era más joven, y terminé por enamorarme de sus calles y de sus gentes, y soy de esas personas que, una vez que se enamoran, ya lo suelen estar, de un modo u de otro, para siempre; un defecto como otro cualquiera. Así que, en estas ocasiones, aprovecho para pasear por un barrio tan querido y aspirar su singular aroma. Aunque Triana, desde que se pusiera tan de moda y, tal y como denominan los modernos mercaderes no sin grandes dosis de paradoja, “en valor” está comenzando a dejar de ser mucho de lo que era.
Por otra parte, también tengo la oportunidad de conversar con mi buen amigo Carlos, que, amablemente, me permite pasar la noche en su casa. Unas charlas, siempre amenas, en las que se mezclan las confidencias más inconfesables, la literatura y la música, y una visión compartida del mundo, contemplado desde sus esquinas más a la izquierda, así como desde la experiencia de habernos dedicado durante muchos años al campo profesional de la geografía.
Carlos es un adicto casi patológico a esas librerías viejas, que hoy agonizan lentamente, repletas de polvo y libros vetustos y usados, dispuestos sin orden ni concierto sobre apolillados estantes de madera. Allí, entre un polvo de décadas, Carlos rebusca y rebusca hasta encontrar verdaderas joyas de la literatura. Unas joyas que pasan habitualmente desapercibidas hasta terminar ardiendo en la hoguera de las vanidades y de la cada vez mayor mediocridad que, disfrazada con los oropeles del consumo, nos ha terminado metiendo de lleno en una sociedad cuya cultura se va poco a poco hundiendo en las arenas movedizas de lo sucedáneo y la ramplonería. Joyas con sus hojas ocres de un otoño ya sempiterno, pero que atesoran en sus páginas mucha más vida que la que jamás puedan acumular la mayoría de los brotes de plástico y artificio que abundan cada vez con más frecuencia en los actuales jardines de cartón-piedra literarios.
Es a través de estas joyas que Carlos rescata, como yo he gozado del singular privilegio de un nuevo modo de leer y vivir la poesía. Porque un libro de poesía, por muy larga que sea su gestación desde que el poeta copula felizmente con las palabras, hasta que nace en forma de papel impreso, sólo comienza a vivir en el momento en el que se entrega a los ojos de un lector y, mientras más lectores acumule, más rica y fructífera será su existencia.
Últimamente Carlos me ha ido regalando algunas de esas joyas y, entre todas ellas, la que más quilates atesora hasta el momento es un poemario de Juana de Ibarbourou, impreso en Argentina y editado por Espasa-Calpe nada más y nada menos que en 1946. ¡Ahí es nada!, más de 60 años de existencia. Sería imposible encontrar la pista de todos y cada uno de los lectores que le han dado vida, aunque algunos sí han dejado constancia de haberlo acariciado con su mirada, pues es un libro profusamente subrayado con tintas de diferentes colores y épocas, y en cuya primera página figura la siguiente dedicatoria:
“Para Adelina, la primera entre todas. Ramón. 25/6/48.”
Es mera casualidad –y aunque sé que es imposible, ojalá fuese un presagio- pero está a punto de cumplirse el aniversario de aquella fecha en la que quiero imaginar que los poemas de Ibarbourou sirvieron tal vez para que Adelina y Ramón vivieran más tarde una pasión eterna, transmitiendo a sus hijos su amor por la poesía. Porque fue, casi sin duda, Adelina -el tipo de tinta la delata-, la que subrayó innumerables versos a lo largo de todo el poemario. ¿Qué sentimientos -me pregunto- la movieron a hacerlo? Y trato de imaginarlos mientras voy avanzando en la lectura y, a mi vez, añadiendo nuevos subrayados y notas.
¿Por qué subrayó Adelina?: “La soledad se me ciñe / Como una túnica blanda”. O, “Cuando tú quieras silencio / Seré silencio yo misma”. O, “…aquella ardiente alma. // ¡Hay que moldearla en amor, / con un culto emocionado!”. “¡Tambor en mi corazón / en mi pecho resonando!”. “¡Mas me encontraste amarga y en la luz que me inunda, / Todavía no puedo darme entera al milagro!” “Para estar a tono con el matiz de la luz / Me he puesto un vestido color malva.” “Tómame ahora que aun es temprano / Y que llevo dalias nuevas en la mano”. Y así, cientos y cientos de versos, todos ellos relacionados de algún modo con las semillas de un amor presto a ser fructífero, a pesar de algunos pasos atrás, perpetrados tal vez por el desamor y el desengaño, pero sin dejarse –o, al menos, esa es la interpretación que yo he querido hacer- arredrar por las piedras y los baches del camino. Espero, como ya dije, que en cualquier caso, Ramón y Adelina lo consiguiesen por encima del tiempo, las distancias y cualquier otra circunstancia adversa.
Pero, además del de Adelina, a lo largo de poemas y más poemas se puede vislumbrar un subrayado diferente, no ya a pluma, sino con un bolígrafo -signo de que de efectuó en época más reciente- con el que, a veces, se vuelve incluso a subrayar o a enmarcar versos que ya habían sido destacados anteriormente por Adelina.
“Y siento, en la vacuidad / Del cerebro sin sueños, la voluptuosidad / Del placer infinito, dulce y desconocido, / De un minuto de olvido.” Viendo estos versos subrayados por este nuevo lector, y encerrados en un círculo muy, muy marcado, se comienzan a difuminar, para su caso, las buenas esperanzas o vibraciones que tuve para con Adelina y Ramón. Es el subrayado y enmarcado más notable en el libro, que también hago mío con un rotulador rojo, y que denota sin duda una profunda melancolía y desesperanza por algo tal vez ya perdido para siempre.
Y ya apenas puedo albergar duda alguna de tan poco favorable presagio cuando vuelvo a encontrar con el mismo tipo de subrayado: “¡Quién te diera, alma cansada / Y herida por el temor, /Todo un día de silencio / En esta calleja en flor!”.
Y se me derrumba la última esperanza ante un categórico subrayado en los siguientes versos: “¡No pretendas, ahora, que ría¡ / ¡Tú no sabes en qué hondos recuerdos / Estoy abstraída!”
Yo, como ya creo haber dicho, también he ido subrayando los versos que más me han emocionado, por si un día un nuevo lector recrea en su imaginación los posibles sentimientos que me han movido a hacerlo. Pero, entre todos, me quedo con unos que no son de Juana de Ibarbourou, sino, probablemente, del autor del segundo tipo de los subrayados citados, escritos a mano en la última página del libro. Y no lo hago por su mayor o menor calidad, sino por lo hondo que han calado en mis heridas. Dicen así:
“En bajo acento,
tímido y triste, me digo
que el desengaño de ser
tu fiel y persistente amante desolado,
cuanto más se acerca la despedida,
más me agobia,
qué nostalgia más honda me oprime”
¡Mis saludos, poeta! ¡Y toda la suerte del mundo!
Qué bonito Rafa... Es precioso...
ResponderEliminarUn emocionado beso.
Es inmenso ser amado
ResponderEliminary amar a los semejantes
pero amarse a uno mismo
también es importante
Tu amigo y nuevo blogger.
Carles Esteve.
Saludos cordiales
Gracias, viento, un beso también para ti.
ResponderEliminarQuerido amigo balta, bienvenido con tu nueva personalidad blogera.
Abrazos.
Es precioso, Rafa, relaja cuando escribes así.
ResponderEliminarBueno, es que además adoro Triana, todo lo que tiene que ver con el Guadalquivir y me gustan los libros antiguos.
Un beso.
pd. te he pasado un Neme o cuestionario desde mi blog, a Durrell y Paco también.
Ese libro es un tesoro. Si es que al final los humanos no evolucionamos tanto, gracias a Dios, y lo que emociona hace 60 años también lo hace hoy.
ResponderEliminarAunque lo de subrayar un libro -con bolígrafo o rotulador- es algo que me horripila, pero que aprendía a aceptar tras convivir con charles y sus especialidades durante un buen rato, comparto esa sensación tuya -o al menos la que yo he captado -de que las personas son sus huellas y todo aquello que podamos imaginarnos a partir de ellas. Adelina y Ramón, durante un rato, han sido rescatados de las fauces del olvido, de la muerte o de quién sabe qué para ser protagonistas junto a tí de una historia de amor que quizá no vivieron. Qué mas da.
ResponderEliminarSeguramente Adelina fuese la primera "subrayadora", pero el segundo me apuesto la cabeza que ha sido Carlos. Por cierto yo tampoco puedo evitar subrayar -a ver si algún día me inventan- pero a lápiz -si lo hacen seré un "subrayador" delicado, frágil y melancólico-. Saludos.
Enhorabuena, largo
Gracias, María.
ResponderEliminarMe alegra, dudu, que lo veas así. El otro día alguien me dijo "vaya cochambre de libro" y pensé "¡ea! otro necio.
¡COÑO, "NUNS"!, cómo tú por mi blog. Me alegra que te haya gustado. Y no, no ha sido Carles el del segundo subrayado (a mí también me parece mentira). Por cierto, a ver si me mandas la dirección de tu blog, p'alcahuetear un poco, que tú perfil no me lo deja ver blogger. Y a ver cuando nos vemos una noche que me quede en Sevilla y te emborracho un poco.
Abrazos
Joder, Rafa: aún no soy blogger. Me he vuelto vago para la creación y me basta con imaginar (y charlar, eso sí, y mucho). Pero gracias a Zeus, existen creadores prolíficos como tú que nos abasteceis a todoslos líricos de corazón, que de ellos será el reino de los cielos.
ResponderEliminarNo estaría mal emborracharnos juntos, no.