Esta mañana, un grupo de amigos, hemos estado dando nuestro último adiós a un ser muy querido. Nos hemos estado despidiendo de un espacio forestal que, aunque aún respire, en realidad puede estar muerto. Las autoridades, para nada competentes, han decidido transformar una pista forestal, conocida como camino de Malpica, que atraviesa un bosque de pinos en un monte público de gran uso social, así como el área de protección de la Reserva Natural de la Laguna de El Portil, en la provincia de Huelva, en una moderna y funcional carretera. Una actuación innecesaria, por sumarse a tres vías de comunicación ya existentes para la zona (una de ellas una autopista y otra una carretera nacional), que, teniendo en cuenta la presión que sufre todo el área por parte de los criminales de la especulación urbanística, sólo puede significar el principio del fin de esos pinares. Tras la carretera, al poco tiempo, siempre llegan los bárbaros del cemento.
Hoy la muerte, para hacer su labor, ha sustituido la guadaña por la motosierra, y pronto lo hará por la hormigonera, jaleada por alcaldes y Consejeros de las cosas ambiental y de las obras públicas, con la boca siempre llena de “desarrollo sostenible” –más que nada para devorarlo-, pero sumisos servidores de los sicarios que dedican todos sus esfuerzos a aniquilar lo poco que nos va quedando de Naturaleza.
Hay un doble rasero para medir y sancionar las defunciones que se producen en los espacios naturales. Así, cuando a un paseante le da por cortar una mata de tomillo u romero para usarla como condimento casero o para aromatizar las estancias de su morada, se considera un crimen aberrante merecedor de implacables castigos; pero cuando son los lobbys del ladrillo, el hormigón y el asfalto los que entierran en vida todo un espacio forestal, se arguye torticeramente que se trata de una pequeña muerte necesaria para propiciar el progreso, la cual será compensada con creces con las mejoras ambientales diversificadoras del paisaje y dadoras de vida, como el golf o la jardinería anglosajona que embellecerá las parcelas de artificio de la falsa naturaleza privatizada al servicio de estas modernas hordas bárbaras que, como caballo de Atila, cada día que pasa se ven más atraídas por el encanto que, a golpe de hormigonera, bulldozers y sierras mecánicas, se le va muriendo a los que fueron nuestros paisajes. Pero éstas, al contrario de la de esas matas de tomillo o romero que rebrotaran sin duda durante la misma primavera, no son pequeñas muertes de posible resurrección a la llamada, según dirían los lacayos de la urbanización salvaje, de algún moderno Nazareno impenitente que se decidiese a hacerse cómplice de los que, como los que hoy hemos acudido a tan luctuoso funeral, tienden a ser considerados como malévolos detractores del progreso, ávidos por regresar a las cavernas. De la tumba rematada por el ladrillo o esos desiertos verdes disfrazados de Naturaleza, ya nunca rebrota vida alguna.
Y para adornar la tumba bajo la que yacerá el cadáver del bosque, en lugar de flores, grandes coronas de humo y espino, emanadas de las cabalgaduras metálicas de los conquistadores de fin de semana. Signo de progreso superando las viejas tradiciones florales y, según el Presidente de la Diputación de Huelva, con un impacto nulo para el medio ambiente, en el marco de esa estrategia, que el máximo “responsable” de la Institución Provincial ha anunciado que se iniciará por la misma para combatir el cambio climático, habiendo considerado que “construir una carretera es una buena forma de hacerlo”. Yo no termino de entenderlo, pero, qué demonios sé yo sobre servicios funerarios.
Hoy, los pocos deudos que hemos acudido a velar el cadáver, guardábamos en nuestro corazón el ilusorio deseo de que éste funeral pueda ser interrumpido para que el presunto cadáver termine alzándose, victorioso y vivo, sobre aquellos que pretenden quitarle la vida, aunque más fuerte era la sensación de que ya lo único que nos quedaba por conocer era si los miserables mafiosos que viven del innoble negocio de las pompas fúnebres de la Naturaleza, se decidirán por su incineración o por su inhumación bajo estéril lápida de asfalto, ladrillo y cemento. Pero los pinos de Malpica nunca descansarán en paz, y sus deudos nunca los olvidaremos.
Hoy la muerte, para hacer su labor, ha sustituido la guadaña por la motosierra, y pronto lo hará por la hormigonera, jaleada por alcaldes y Consejeros de las cosas ambiental y de las obras públicas, con la boca siempre llena de “desarrollo sostenible” –más que nada para devorarlo-, pero sumisos servidores de los sicarios que dedican todos sus esfuerzos a aniquilar lo poco que nos va quedando de Naturaleza.
Hay un doble rasero para medir y sancionar las defunciones que se producen en los espacios naturales. Así, cuando a un paseante le da por cortar una mata de tomillo u romero para usarla como condimento casero o para aromatizar las estancias de su morada, se considera un crimen aberrante merecedor de implacables castigos; pero cuando son los lobbys del ladrillo, el hormigón y el asfalto los que entierran en vida todo un espacio forestal, se arguye torticeramente que se trata de una pequeña muerte necesaria para propiciar el progreso, la cual será compensada con creces con las mejoras ambientales diversificadoras del paisaje y dadoras de vida, como el golf o la jardinería anglosajona que embellecerá las parcelas de artificio de la falsa naturaleza privatizada al servicio de estas modernas hordas bárbaras que, como caballo de Atila, cada día que pasa se ven más atraídas por el encanto que, a golpe de hormigonera, bulldozers y sierras mecánicas, se le va muriendo a los que fueron nuestros paisajes. Pero éstas, al contrario de la de esas matas de tomillo o romero que rebrotaran sin duda durante la misma primavera, no son pequeñas muertes de posible resurrección a la llamada, según dirían los lacayos de la urbanización salvaje, de algún moderno Nazareno impenitente que se decidiese a hacerse cómplice de los que, como los que hoy hemos acudido a tan luctuoso funeral, tienden a ser considerados como malévolos detractores del progreso, ávidos por regresar a las cavernas. De la tumba rematada por el ladrillo o esos desiertos verdes disfrazados de Naturaleza, ya nunca rebrota vida alguna.
Y para adornar la tumba bajo la que yacerá el cadáver del bosque, en lugar de flores, grandes coronas de humo y espino, emanadas de las cabalgaduras metálicas de los conquistadores de fin de semana. Signo de progreso superando las viejas tradiciones florales y, según el Presidente de la Diputación de Huelva, con un impacto nulo para el medio ambiente, en el marco de esa estrategia, que el máximo “responsable” de la Institución Provincial ha anunciado que se iniciará por la misma para combatir el cambio climático, habiendo considerado que “construir una carretera es una buena forma de hacerlo”. Yo no termino de entenderlo, pero, qué demonios sé yo sobre servicios funerarios.
Hoy, los pocos deudos que hemos acudido a velar el cadáver, guardábamos en nuestro corazón el ilusorio deseo de que éste funeral pueda ser interrumpido para que el presunto cadáver termine alzándose, victorioso y vivo, sobre aquellos que pretenden quitarle la vida, aunque más fuerte era la sensación de que ya lo único que nos quedaba por conocer era si los miserables mafiosos que viven del innoble negocio de las pompas fúnebres de la Naturaleza, se decidirán por su incineración o por su inhumación bajo estéril lápida de asfalto, ladrillo y cemento. Pero los pinos de Malpica nunca descansarán en paz, y sus deudos nunca los olvidaremos.
Realmente es una pena.
ResponderEliminarSi algo me llamó la atención de las carreteras de Huelva son la cantidad de pinares que hay a ambos lados de las mismas.
Estuve hace dos años en una urbanización del Lepe, en un hotel accesible de la ONCE. Hace más años llegué sólo a Matalascañas, y si algo se queda grabado de tu tierra son los pinos y la luz del atardecer.
Lo siento, Rafa, dicen que el "progreso" es imparable.
Un beso.
Gracias por tus mensajes. Amo el tango, lo bailo desde pequeña. Y amo españa, terminé allí mi carera.
ResponderEliminarGracias por tus visitas,
Los virus....siguen...mucho reposo y agua.
Los pinos de Malpica, como tantos otros pinares y sitios libres de urbanizaciones suelen ser un reto para los especuladores e intereses privados y no paran nunca de intentar cambiarlos.
ResponderEliminarHabrá que denunciarlo sin desmayo.
Un abrazo
Lo triste, el vacío más absoluto no es no tener un verso o tener también, como el otro amante, una misma desesperada canción; siempre hay una posibilidad peor: una no correspondencia en el amor. El amor imposible, aunque lo sea, siempre será menos doloroso si es una sensación compartida. Esto se lo dedico a Milena, por si al tener en cuenta esta posibilidad, le ayuda a recomponer los rotos vidrios de esa sensibilidad.
ResponderEliminarDoy por hecho, Milena que tu caso no es el tercero descrito,¡ algo te voy conociendo ya !
Sentir, sentir, sentir también se las trae... ya lo creo!
Abrazos a tod@s
Mar, ¿cuándo veremos a Beatriz?
Kaiman: ¡¡ cuánta medicina hay en la rapsodia....!!
me he equivocado de entrada.... UFF toy tonta, el anterior comentario va en liquidación de existencias
ResponderEliminarHace mucho tiempo de muy niña, me maravillaba cada año con los pinares que acompañaban el viaja desde Lepe a La Antilla, me cuenta una prima mía con tristeza, que quedan pocos ya, yo me resisto a volver, pues no quiero que mi memoria cambie, una pena, pues mi memoria es mía, y no tiene olor ni hace sombra.
ResponderEliminarSeguiremos luchando, cual inmisericorde mosca cojonera, por la supervivencia de esos y otros pinares. En pocos años se han cometido infinidad de barrabasadas en las costas, y ya también en las sierras, de Huelva. Pero aún merece la pena visitarlas. En un tiempo, no sé.
ResponderEliminarSin duda, merce, los amores imposibles compartidos, son muy grandes. Y perduran hasta la muerte.
Abrazos
¿quedará algo de naturaleza en Huelva para cuando yo la visite?
ResponderEliminar¿Donde hay que reclamar?
¡Me apunto! PAQUITA