Hoy me he sentido arropado por un habitante de la Luna. Lo desconozco, pero no me ha extrañado, yo sé bien que es un ángel, aunque él no quiera reconocerlo y oculte sus alas para no ser descubierto por las ratas que se nutren devorando plumas blancas y miradas celestes. Y he sentido asimismo en mi pecho otras alas, otros vuelos, alentando mi destierro. Pero también he descubierto que comienzo a apreciar el desarraigo, a descubrir lo que tiene de aurora, lo que tiene de luz aplazando la eternidad sin aroma del último firmamento, un firmamento sin palabras y oscuro, frío, inmóvil, sin aire en las venas, sin tiempo ni olas que acaricien con su rumor la tierra firme.
Necesito dejar de mirar atrás continuamente, ya tengo mejillas y arterias recubiertas de salitre, y la sal es la materia con la que se construyen las tumbas. Y las lilas no son flores para los muertos, aunque yo ya sólo sea un espectro y eso no importe. Nunca pensé que llegase a hacerlo, pero hoy sé que siempre, mientras quede un suspiro dolorido, es posible volver a sorprenderse. Porque he conseguido dar el primer paso, y no deja de ser una buena tentativa en esta vida que no nos permite ni un breve ensayo. Ahora deberé ir acarreando una a una mis maletas hasta esta isla poblada de fantasmas que desconocen mi existencia. Y abandonarlas a la gula del mar antes de pisar las ásperas arenas de la orilla, porque están llenas de alfileres y cristales acechando, y ya apenas me queda sangre. Si me llegan a alcanzar las fuerzas para deshacerme de todo mi equipaje, tal vez entonces pueda de nuevo volver a mirarme de frente, aunque ya no recuerde haberlo hecho nunca. Y puede que vuelva. Pero aún me queda un largo camino que recorrer a contracorriente, arrastrando la nausea inmensa de no volver de nuevo la mirada para respirar el aliento fresco de una lila en la mañana.
Gracias a todos, pero este viaje he de hacerlo sólo, sin brújula, sin alas, sin viento ni estrellas.
Buen viaje, compañero. Podrás dejar, seguro, todo el equipaje que desees con nada que lo intentes, pero... no te quepa duda, de que yo seguiré instalado en tu memoria.¡Nadie me podrá extraer de ahí! Y, conmigo, te aviso, hay un sinfin de impresentables: poetas locos, narradores de fantasías, inútiles articulistas de lo obvio... Los nombres no hace falta expresarlos. Su presencia es tan grande en lo que eres, que nunca podrás desterrarlos... ¡Nunca! Ni yo, tampoco.
ResponderEliminarSalud, hermano.
Con lágrimas en los ojos ¿donde si no?
ResponderEliminarPAQUITA
En tus palabras adivino el trotar de la esperanza, el inicio por un camino empedrado y dificil en el que, a buen seguro, dejarás migas de pan por si te pierdes. Sigo percibiendo tu enorme grandeza como poeta, como gran poeta, en cada frase, en cada gota de sentimiento que derramas. Tienes una capacidad infinita y peligrosa de arañarme el alma.
ResponderEliminarBrindo por ti, amigo mío.
A ver, Rafa, querido, pues... ¿no te pasas tú la vida en la luna?, pues ya sabes que hay un ángel allí. Me han dicho que en el cielo ya no hay, porque han hecho traslados y acoplamientos internos; y los han mandado al ala este del mundo de la mansión, a trabajar duramente.
ResponderEliminarProbando, probando. A ver cómo me estreno. ¿Public coment? Vale. Bai.
Ya veo que me he estrenado muy mal. Me comí parte del texto y no firmé. Oh, perdón.
ResponderEliminarAnónimo: Ely
Un abrazo Rafa. Te leo.
Intuía que eras tú, aunque no vinieses acompañada por el arcabucero -je, je...-. Eso sí, esa historia de traslados y acoplamientos -esto último suena erótico- me la tienes que contar con más detalles, pues me has dejado intrigado y con la miel en los labios. Un beso. Rafa.
ResponderEliminar